miércoles, 13 de octubre de 2010

Hoy me pasaron un libro sobre cómo dejar la procrastinación. Y, a pesar de mi firme intención, procrastinaré la entrada del blog porque aún no sé cómo dejar de procrastinar. Hasta que empiece el libro.

viernes, 8 de octubre de 2010

Entre Alemania y el infierno, quedaba mi cocina


O esa es la única explicación que puedo encontrarle al hecho de que el famosísimo doctor Joshep Mengele decidió desviar su ruta camino al eterno sufrimiento para instalarse cómodamente en el calor de mi estufa y joderme la vida poco a poco.

Juro que ese maldito doctor desquiciado ha poseído la parte más importante de mi cocina para seguir con sus planes de extermino judío (recuerden amiguitos que vivo entre una pequeña porción del rebaño de Yahvé). De otro modo no entiendo cómo un artilugio tan inofensivo podría deshacerse en formas enigmáticas que me causan dolor o contaminan la comida que fervorosamente preparo.

Odio, odio, odio cuando el Sr. Mengele deja caer los filtros del extractor sobre mis tiernos brazos cocinantes y destruyen las cochinas crepas que tanto cochino trabajo me cuesta voltear por la cochina harina preparada que cochinamente se parte en pedazos y se niega a doblarse como yo cochinamente se lo pido. Además está la vez del curry de verduras, en que un filtro cayó sobre la cazuela por arte de magia. O el enigmático hecho de que caiga cada que tomo del estante alguna especia proveniente de un país tercermundista.

No olvidemos,sobre todo, los sordos daños a la salud de los comensales. No quiero saber cuántas partículas extrañas han caído ya mientras preparo la comida, pensando, claro, que se tratan de residuos de grasa y no complicadísimos medicamentos diseñados post-mortem para intentar que yo me vuelva una rubia de ojos azules.

Ustedes, jóvenes amiguitos liberados del yugo nazi podrían dudar de la veracidad de mi caso. Se preguntarán dónde ha quedado la técnica de intoxicación por excelencia, la montaña rusa de los campos de concentración... las regaderas. Pues, obviamente, como al Dr. Mengele le queda muy lejos la llave de agua y se nos ha olvidado comprar gas ciclón para la Tercera Guerra Mundial, el muy cabrón se vale de la siguiente argucia: el botón de autolimpieza. A quién carajos se le ocurre creer que los hornos se limpian solos de buenas a primeras. Pero ahí tienes a la ilusa Cristina presionando el botoncito con singular alegría. Es entonces que la casa se llena de extraños humos intoxicantes que me dejan oliendo a pollo rostizado, oscuros y espesos como el amor de Dios, que además me estresan y me dan dolores de cabeza.

Lo peor del caso es que ya no quiero delatarlo por temor a las represalias. El día de hoy pensé que podría librarme de su yugo diciéndole a Cristina que algo raro pasaba con el extractor, cuando al Herr Doktor se le ocurrió atacar a la pobre portuguesa repetidas veces, hasta que en su punto máximo de cólera nazi decidió caer sobre un "aderezo" multiaceite poliinsaturado pegajoso que se derramó locamente y me tuvo trabajando un buen rato, pensando en que podría tratarse de una especie de amenaza a mi triste y humilde persona.

Yo no sé si se ensaña conmigo porque soy la única que podría descifrar su mensaje, pero mientras no me deje recaditos con vapor en alguna superficie, no podré hacer nada contra las tribulaciones de su alma. Lo menos que pido ahora es un poco de respeto y que de una vez por todas me deje preparar la comida en paz.

jueves, 7 de octubre de 2010

Hace unos días que sueño con personas ausentes. Me parece cruel de mi parte estar pensando en quien no quiere saber nada de mí, no sé si es mi cerebro el que no se hace a la idea. Es un poco proustiano imaginar que los otros están en una fiesta a la que no hemos sido invitados, y es eso mismo lo que me causa una profunda angustia cuando trato de analizarlo.

Estaba en Guadalajara caminando con C, tenía que preparar muchas cosas para mi viaje. Después de un rato me preguntaba por el estado de mi visa e inmediatamente caía en cuenta de que partía al siguiente día pero no tenía boleto. Las finanzas de mi tarjeta estaban en el estado deplorabe en que se encuentran ahora, y en medio de mi preocupación C me decía que me prestaría dinero si fuera necesario. Al pasar por un cajero automático, salían mágicamente trescientos y pico dólares o euros, por lo cual me alegraba enormemente. Al parecer todo se resolvería, así que seguimos nuestro camino. Finalmente estábamos hablando como en los viejos tiempos, como eran las cosas antes de que las arruinara.

miércoles, 6 de octubre de 2010

lunes, 4 de octubre de 2010

Nina Simone

Siempre he querido dedicarle está canción a algún amor frustrado y tirado a la desgracia en un karaoke maloliente lleno de japoneses que acaban de perder su empleo, completamente borracha e intentando en vano quitarme una chamarra de cuero en forma sensual y desgarradora.

Por lo pronto me dedico a canturrearla mientras voy en el transporte público. Es tan maravillosa, es tan "eres un hijo de tu reputísima madre, pero eres mío"




"I love you, I love you, I love you anyhow
And I don't care if you don't want me
I'm yours right now
You hear me?
I put a spell on you
Because you're mine"



Forma de hacerme millonaria No. 1

La terapia de humillación.


Intento patentar una nueva forma de terapia psicológica en grupo que me acerque a la meta de la millonariez absurda*. Algo así como una forma de liberar a las personas para que no se sientan ni culpables ni responsables de su miseria. Y claro, como un servicio más de mi consultorio de consultas, tendrá un costo aproximado de 500 pesos por sesión.

Algo así es lo que imagino: un salón con sillas acomodadas en círculo, donde se sientan las personas atribuladas, drogadictos, adictos al sexo, amas de casa maltratadas por el marido, infieles, prófugos de alguna religión. A continuación, la proyección de un vídeo con ímagenes de seres esbeltos, felices, con dinero, amor, salud, vacunas, amigos, ropa blanca sin percudir, sin deudas, en paz con el mundo, en un mundo feliz. Después de imágenes tan conmovedoras, los haría escribir un una hoja qué es lo que ellos querrían tener en su vida (esto, claro, con el objetivo de aumentar la emoción e intimidad de dicha reflexión, además de ser un arma más para humillarlos con ayuda de sus inminentes faltas de ortografía).

Después de tan hermoso momento, tomaría las hojas, por supuesto, y empezaría a burlarme de sus anhelos con algo así: "¿Qué? ¿Quieres una casa? ¿En verdad crees que te mereces eso? ¡Pero si eres un maldito drogadicto! ¿Tú crees que a la gente como tú le dan trabajo, prestamos? ¡Por favor!" "Señora, a qué está jugando si usted es una huevona. ¿Cómo la va a querer su marido en esas fachas? ¡Y todo el santo día viendo novelas! Yo no sé por qué su marido no la ha dejado todavía." "Hija, encontrarás esposo cuando VUELVAS A NACER. ¿Quién quiere pasar su vida al lado de una traumada? No seas ridícula." Calculo que en este punto pasarían de la resistencia al llanto copioso, ideal para la siguiente etapa.

Una vez traumados y resentidos, les lavaré el cerebro para que crean que el primer paso está en admitir su mediocridad y sus faltas (obviamente por medio de la humillación), que las griten y se tomen de las manos, que berreen mientras les restriego sus errores, que escriban sobre lo mucho que se odian a sí mismos y lo quemen, que maldigan, corran, pateen, se revuelquen, que pidan misericordia. Les garantizo que en no más de 20 minutos todos se sentirán liberados.

Lo que no saben es que eso en realidad no está ayudando a su problema. Así los haré volver al menos una vez a la semana para ser maltratados. Sufrirán, sentirán desahogo, saldrán de la consulta como hombres nuevos. Todo esto porque el hombre contemporáneo adora toda faramalla milagrosa. Pero a diferencia de la ley de la atracción y todas esas cochinadas, mi gente seguirá asistiendo y pagando cada semana. Es bien sabido por todos nosotros que el humano promedio adora el maltrato.







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*meta de la millonariez absurda: desde tiempos inmemoriales mi objetivo en esta vida ha sido volverme millonaria de una manera muy idiota, sin contar el dinero proveniente de la siguiente certeza: me ganaré la lotería dos veces.